Islandia, la isla de los escritores subvencionados

Es el país con mejores índices de lectura del mundo, y cuenta con un original sistema de sueldos públicos a sus escritores.

Los dos libreros de Bókin, esta semana, en su mítico establecimiento de Reikiavik, donde el desorden es sólo aparente (Kim Manresa)

“Todo el mundo tiene un libro en su estómago”, dicen los islandeses. Y, desde luego, ellos lo tienen: son el país con más escritores del mundo, con más libros publicados y más libros leídos (en las medias por habitante). En este país, el de las sagas medievales, la literatura no es cualquier cosa. Aquí los escritores reciben un sueldo del Estado para que escriban tranquilamente. Y se calcula que una de cada diez personas publicará algo a lo largo de su vida. El 93% de la población lee al menos un libro al año, y más de la mitad compra al menos ocho títulos, lo que hace que las ventas proporcionales –sobre todo, las de novela negra– sean mucho más altas que las de sus vecinos escandinavos.

Si bien, como apunta el pintor y novelista Hallgrímur Helgason (Reikiavik, 1959) –autor de 101 Reikiavik (RBA) y La mujer a mil grados (Lumen/62)– “tenemos muchas horas de oscuridad –en enero algunas zonas cuentan con solo tres horas de sol–, afuera hace mucho frío y algo hay que hacer”, existen muchas causas que explican el papel central de la lectura en la cultura islandesa.

Audur Ava Ólafsdóttir en la terraza del Café Haití de Reikiavik, junto a un ejemplar de su última novela, 'Cicatriz', aún inédita en España (Kim Manresa)
Jón Kalman Stefánsson (Reikiavik, 1963) está a punto de publicar El corazón del hombre (Salamandra), novela que cierra su llamada Trilogía del muchacho, protagonizada por un personaje innominado, “el muchacho”, que se deslumbra ante las bibliotecas llenas de libros de las casas de los ricos “e identifica no solo la sabiduría, sino la riqueza, con la presencia de libros”. Jón Kalman (en Islandia no hay apellidos, sino patronímicos, es decir, Stefánsson solo nos dice cómo se llamaba su padre) apunta, asimismo, que “vive en nosotros, desde tiempos remotos, la creencia en el poder de la palabra. Hoy vivimos inundados de palabras y, de entre todo ese alud, debemos esforzarnos por distinguir aquellas que realmente dicen algo. Estamos convencidos de que, sin la palabra, no existiría siquiera la vida. En el Génesis, Dios tuvo que usar palabras para que se hiciera la luz. Puedes pasar de ser feliz a infeliz solo por palabras. Aquellos que escriben deben tener fe en el poder antiguo de las palabras, sobreponerse a las dudas que a todos nos atraviesan a veces”.

En estos momentos, unos 70 escritores islandeses están cobrando un sueldo, por un período que puede ser de tres, seis, nueve meses o un año y en algunos casos excepcionales alargarse hasta los dos años. De esos 70, solamente quince lo cobran durante un año o más. Cuando las ayudas empezaron, a mediados de los años setenta, se equipararon al salario de un profesor universitario, pero ahora equivalen al de un camarero, según los estándares del país: son 3.230 euros brutos, que se quedan –tras el pago de los elevados impuestos– en unos 2.400 euros netos. Sus perceptores no son estudiantes o aprendices, sino escritores profesionales “que suman a este dinero los ingresos por sus derechos de autor”, aclara Ragnheidur Tryggvadottir, secretaria de la Asociación de Escritores, que añade: “Es la base que permite su profesionalización”. Prácticamente todos los escritores del país –salvo el superventas internacional Arnaldur Indriðason, que ha vendido millones de ejemplares de sus traducciones– lo han disfrutado en alguna ocasión.

Gudmunda María Sigurdardóttir y Sylvia Lind Porvaldsdóttir, dos amigas islandesas, leyendo en una librería Eymundsson para leer y trabajar por las mañanas (Kim Manresa)
La explicación es que es imposible subsistir viviendo solo de las ventas de tus libros en un país de 320.000 habitantes. Arnaldur, el número 1, es el único que alcanza los 20.000 ejemplares vendidos. Los autores cobran, en todo el mundo, un 10% del precio de cada libro. Aquí, un título de gran éxito es el que llega a las 3.000 copias –el equivalente a 460.000 en España–. Si el libro cuesta, pongamos, 20 euros, el autor solamente ingresaría 6.000 euros –menos los elevados impuestos– por el trabajo de varios años. “Se hace imprescindible la ayuda estatal”, opina Guðrún Vilmundardóttir, la editora de Jón Kalman y Auður Ava Olafsdóttir en Benedikt, uno de los nuevos sellos que han nacido últimamente, en este caso como una escisión de Bjartur-Veröld, la segunda editorial del país. “Sin ayudas, solo podrían vivir dos autores, a lo sumo tres”, aclara a su vez Úa Matthíasdóttir, directora literaria de Forlagið, la primera editorial en tamaño, para quien “la identidad islandesa está muy ligada a la literatura y la lengua y, si queremos conservarla, hemos de producir libros islandeses interesantes”. “¡Necesitamos poetas, ensayistas, narradores!”, clama Ragnheidur.

La secretaria de la Asociación de Escritores puntualiza que “muchas de las peticiones, la mayoría, son rechazadas”. El comité que decide a quién se destinan los fondos está formado por tres académicos de la universidad, que a su vez escogen a otras tres personas. “Antes había miembros de la asociación directamente, pero hubo críticas porque en ocasiones miembros de la junta solicitaban las ayudas para sí mismos, y hace un año cambiamos el sistema. No se hacen público los nombres del jurado hasta que no han emitido su veredicto”. En su solicitud, cada escritor debe explicar razonadamente el proyecto en el que está trabajando, el tiempo que necesita para finalizarlo y otros detalles. Es un sistema radicalmente diferente al fenecido suport genèric que hubo en su día en Catalunya, que consistía en que el Govern compraba ejemplares de los libros publicados en catalán, lo que no distinguía entre buenos y malos proyectos.

Ragnheidur Tryggvadottir, secretaria de la Asociación de Escritores Islandeses, en la sede de la institución, que participa en la concesión de ayudas a los creadores (Kim Manresa)
Al principio, existía un consenso social sobre la necesidad de subvencionar a los escritores. Sin embargo, la crisis económica del 2008 hizo que cerraran muchas editoriales y que brotaran algunas críticas –“sobre todo en la prensa sensacionalista”, apunta Guðrún– y “algunas personas se preguntaron en público por qué los escritores debían cobrar un sueldo, es un tema fácilmente manipulable, se dice que hay problemas con las residencias de ancianos y que el dinero va a los escritores, pero es falso porque son cantidades muy distintas”, explica Úa. Incluso hubo algún escritor, como el guionista Stefán Máni, que se opuso públicamente al mecanismo. Las encuestas más recientes señalan que un 54% de los islandeses todavía apoya este sistema único en el mundo, aunque los que se oponen superan el 40%. Por partidos, solo los votantes del derechista Partido de la Independencia y los liberales del Partido Progresista preferirían acabar con estas subvenciones –aunque la cúpula del primero, hoy en el gobierno, no está por la labor– mientras que en los otros cuatro partidos del parlamento –socialdemócratas, verdes, Futuro Luminoso y Partido Pirata– hay una amplísima mayoría a favor del sueldo por escribir. Helgason, de hecho, tilda de “thatcheristas” a los que critican estos salarios temporales. Y los editores extranjeros se preguntan: ¿sería posible un sistema similar en un país más grande? (por ejemplo, en Catalunya).

La riqueza de la literatura que viene de Islandia es difícilmente cuestionable. Junto a autores de novela negra comercial –como Arnaldur o Yrsa Sigurðardóttir– encontramos, entre los traducidos al español y catalán, la revisión entre lírica y épica de los relatos de marineros que realiza Jón Kalman, una suerte de realismo mágico isleño; o los personajes rabiosamente contemporáneos de Auður Ava –hombres sensibles, nuevas familias, mujeres que encaran naufragios sentimentales– ; las singulares visiones histórico-vanguardistas de Sjón –también letrista de Björk–; o a todo un clásico en vida como Guðbergur Bergsson (Grindavík, 1932) , que obtuvo en el 2004 el premio escandinavo de la Academia Sueca, considerado el pequeño Nobel. En su piso frente al impresionante y gélido mar de la capital, el siempre punzante Guðbergur nos dice que la literatura islandesa actual “no me interesa en especial, no son escritores muy originales, es como un remake de autores que ya existieron, los hay que siguen en el siglo XIX con la dura vida de los pescadores”. Bergsson recuerda la década de los ochenta en España, donde vivía junto a su pareja, el editor Jaime Salinas, y dice que “también el gobierno español había tenido ayudas a la creación, es algo normal. Esto empezó en Escandinavia para que los escritores vivieran decentemente. En el siglo XIX, el mismo Hans Christian Andersen recibió una subvención del rey que le permitió iniciar sus viajes por Europa”.

Auður Ava Ólafsdóttir (Reikiavic, 1958), autora de éxito internacional con obras como Rosa candida, La mujer es una isla o Excepción (todas en Alfaguara) también se beneficia de las ayudas. “En mi caso, trabajaba como profesora en la universidad, y lo he dejado después de veinte años para lanzarme al vacío, para ser escritora a tiempo completo. Es una ayuda que sirve para que la gente se atreva a tomar esos pasos. Nuestro mercado es muy pequeño. La sociedad recibe luego diez veces más de lo que ha dado”. Un estudio del profesor Ágúst Einarsson, de la universidad de Bifröst, estima que la industria editorial supone el 1,5% de la economía nacional, según datos del 2014. En cualquier caso, desde que el país se independizó de Dinamarca en 1944, la lengua islandesa –frente a la danesa y el inglés, que hoy todos hablan– es el eje de la identidad nacional, y el premio Nobel a Halldór Laxness en 1955 disparó la autoestima literaria del joven Estado.

Úa-Hólmfríður Matthíasdóttir, directora literaria de Forlagid, la rincipal editorial del país, en la sede de su empresa en el centro de Reikiavik (Kim Manresa)
Algunos estudios apuntan la posibilidad de que el islandés acabe extinguiéndose. Contra esa posibilidad se erigen también las subvenciones. La editora Úa revela que “muchos niños islandeses están leyendo en inglés porque, por ejemplo, no pueden esperar a que se traduzca el nuevo Harry Potter. Nuestra obligación es que con los libros no acabe sucediendo como con los videojuegos”.

La sede de la asociación de escritores en Reikiavik es la antigua casa del escritor Gunnar Gunnarsson, fallecido en 1975. Allí, encima del sótano donde se alojan escritores de otros países –que vienen becados a escribir libros sobre Islandia– Ragnheidur detalla la historia“del apoyo a los escritores: “En los años 70, el parlamento aprobó una ley sobre subvenciones. Durante muchos años hubo fuertes presiones de otros artistas para poder tener también salarios y, finalmente, en 1992, se aprobó la ley todavía vigente, que extiende esos sueldos a otras categorías de creadores. Originalmente eran tres: escritores, artistas plásticos y compositores. Más tarde se le añadieron fotógrafos, músicos y diseñadores, y esas son las seis categorías actuales. Las condiciones varían en cada caso: para los escritores tenemos un total de 555 mensualidades, a distribuir entre todos ellos, en períodos que van de los tres meses a los dos años”. ¿Se exige a los escritores subvencionados que presenten luego el libro que hayan escrito? “No. No se les paga por un libro, sino para que trabajen, al finalizar deben presentar una declaración detallada donde explican lo que han estado haciendo y, si no la presentan, no pueden solicitar jamás un nuevo salario”.

Puede que sea verdad eso que dicen los islandeses, y que todos tengamos un libro en el estómago. Aunque, a veces, haya que ayudarle a salir.

Fuente: La Vanguardia

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