Curiosidades de la Biblioteca Nacional

A 94 años del nacimiento de uno de los grandes arquitectos argentinos, recordamos a Clorindo Testa (1923-2013) con anécdotas sobre la construcción de una de sus obras más emblemáticas.




El proyecto del edificio es el resultado del concurso que se lanzó en 1961 para construir un nuevo edificio para la Biblioteca Nacional. Desde 1901, esa institución funcionaba en México 564, en el centro de la Ciudad de Buenos Aires, donde Borges tuvo su despacho cuando ocupó el cargo de director, y las condiciones edilicias ya no garantizaban una conservación adecuada para los libros.

En el terreno donde había que desarrollar el proyecto había estado la ex residencia presidencial, donde falleció Eva Perón.




Clorindo Testa presentó el proyecto ganador en coautoría con los arquitectos Francisco Bullrich y Alicia Cazzaniga. En general, Testa trabajaba en las grandes ideas, el concepto detrás de cada obra y el diseño a nivel macro, y sus colaboradores se adentraban en los detalles de cada proyecto.

Las bases del concurso indicaban que los depósitos -la parte a la que el público no accede- debían ser expandibles, porque el número de libros siempre crece. Además, había que respetar el espacio público y dejar espacios abiertos al nivel de la planta baja. De esas condiciones surgió el momento eureka del arquitecto: decidió invertir el esquema tradicional de las bibliotecas -las salas de lectura solían estar al nivel de la tierra y los depósitos elevados- y poner los depósitos bajo tierra y las salas elevadas, con vista al Río de la Plata. Así, logró dejar abierta la vista desde Agüero hasta Austria.

La imagen que se le vino a Testa apenas logró resolver el problema en su cabeza fue la de un mastodonte. Los pilares de hormigón serían las cuatro patas y la estructura que sostienen, el cuerpo.



El edificio pertenece a la corriente del brutalismo, la expresión más extrema del movimiento moderno. Dejar a la vista los materiales que forman la estructura, como el hormigón, y las estructuras geométricas “brutas” son algunas de las características de esta línea arquitectónica, que tiene a Le Corbusier como uno de sus precursores.

La construcción del edificio empezó durante la presidencia de Arturo Frondizi y terminó en la de Carlos Menem, en 1992. Cada cambio en la administración pública significó retrocesos, cambios, frenos y avances para la obra. Sobre su avance, dijo Testa en una entrevista, citando una frase de Goethe: “Siguió su ritmo lento, sin prisa y sin pausas, como una estrella”.

El proyecto original incluía unos parasoles en los pisos superiores, que iban a frenar la entrada del sol, pero no fueron construidos.



Clorindo Testa era un hombre de rutinas firmes: usaba el mismo traje gris todos los días y tomaba café en el mismo lugar, a pasos de su estudio en Santa Fe y Callao. De esa apariencia estructurada salía la creatividad que hizo posible edificios emblemáticos de la arquitectura argentina, como el Banco de Londres -en el microcentro porteño, el Centro Cívico de Santa Rosa, en La Pampa, y nuestra Biblioteca Nacional.

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